31.8.10

La fabula canaria


El pasto era más que un refugio, el verdor se interponía a su mirada como un constante tintineo. Moría de miedo, su refugio irradiaba seguridad; ante todo debía esconderse y correr, y si era posible saltar entre los juncos y las legumbres para no perder de vista su objetivo.

Miraba y relamía sus patas peludas, escondio la cara entre las hierbas y sintió muy cerca el rumor del águila, depronto hiperventilo, abrió los ojos y giro desesperado su rumbo hacia la montaña. El águila lo segía sutil y premeditadamente, sobrevolaba la presa sin revuelo; la saboreaba, la entendía como un placer veraz y no la perdía de vista. El conejo movía las patas, sin apresurarse, tal vez entendiendo que si lo hacía mas despacio tendría mas tiempo para despedirse de su codiaciada vida.

El juego duró un instante, pero luego la sagacidad aterrizo sobre la delicada carne peluda, arrastrandola por el horizonte, justo por encima de una legumbre espectadora que concluyó
-¡Mamá! El dios águila nos ha salvado-

1 comentario:

Y si entonces fuera cierto dijo...

esto, querida mia, se llama talento :)