20.3.11

Vernice

-Pueblo, pueblo, pueblo- decía Vernice con el movimiento casi circular del caballo por debajo de sus piernas.
-Pueblo, grande y tibio- Volvía a repetir Vernice, ahora un poco menos convencido de estar haciendo algo allí.

Corrían los granos de arena todos en conjunto, lejos del caballo, y Vernice a duras penas si los llamaba con la mirada, quería que lo cubrieran de polvo, quería tener de que limpiarse cuando pisara firmemente la taberna. Pero la arena lo miraba de reojo y se elevaba a lo que mas le diera el viento.
-Ya ves que no es la arena para todo el mundo, habemos unos cuantos que necesitamos de cortinas de arena, de un poquito de polvo amarillo que oscurezca lo que tanto amedrenta, y limpios vivimos como si no saliéramos del agua-
De pronto salio un hombrecito, con una camisa roja y una aurora de polvo amarillento flotando a su alrededor.
-Y habemos otros, que no podemos quitarnos la arena de encima- dijo Vernice con vocesita clara y juguetona (a decir verdad un tanto envidiosa)

Bajo del caballo y lo tomo de la rienda para caminar mas lento entre las calles, haber si así se le pegaba la arena, pero nada, tan limpio como siempre. -Hay que engañar al cerebro- pensaba y se repetía en el fuero interno mientras marcaba las espuelas de las botas por todo el camino hacia la taberna.
Y allí estaba frente a la puerta tan rápido como lo había esperado, y dando el paso para flanquear el umbral no pudo evitar fijarse en sus botas que brillaban en su pulcritud, y se enfureció un poco. Se freno en seco y se quedo contemplando las botas, y no fue sino levantar la mirada para encontrarse con el pequeño Tailer.
-Ya ves que si ha vuelto el buen Vernice, y tan limpio como siempre-
Frunció el ceño y miro a Tailer con claro desagrado, el chico seguía sin comprender que podía tener de malo su cumplido, así que rebuscando en su memoria volvió a abrir la boca -Es muy bueno estar limpio buen Vernice, eso dice siempre mi madre cuando vuelvo a casa lleno de polvo-
Y el desagrado se marco en 3 lineas sobre la frente. -Le molesta que yo este sucio?, buen Vernice, puedo limpiarme ahora mismo-
Pero ya aquí la paciencia, que de por si siempre había hecho falta escaseo en demasía; y el pobre de Vernice en su pulcritud absoluta, tomo un puñado de arena entre los dedos y lo roció sobre su cabeza. El chico Tailer lo miro perplejo, y Vernice comprendio que al fin estaba sucio, así que entro triunfante a la taberna imaginando como destilaba polvo. Sonrió al camarero y fue a verse en e gran espejo del rudimentario baño; pero los ojos lo engañaban, no veía gran diferencia. Y entonces entro el camarero y Vernice apurado se vuelve y le pregunta -Que tal estoy?-

Lo mira, y lo detalla un poco, y luego con una sonrisa de servicio, el camarero agrega -Estupendo buen Vernice, tan limpio como siempre-

5.3.11

Usted




Usted no va a creerme, pero eran días fríos y mas bien callados. Usted va a decir que estoy loca, como siempre dice, pero allí entre esa cantidad de corrientes mortecinas lo podía ver, lo podía contemplar mover los brazos de lado a lado. Y usted no me veía.
Parecía como si se hubiera olvidado de todo lo que nos habíamos procurado entre las abstracciones juveniles, era como si más que el aire, el frío y los labios partidos no hubiera nada.
Y me quede parada donde estaba. Ya desde antes tenía ganas de acercarme pero usted no se volvía y no quería colarme en sus ensoñaciones, así que moví las piernas sobre la acera en la misma dirección cinco veces, y usted al fin me vio.

Se le crispo la mirada y como que escapaba entre mis pupilas, pero yo lo retuve. Entonces fue como esa noche de Diciembre, como esa playa tibia y a veces fría que nos amó tantas veces. Me tomó, usted, la mano, y esquivó mi mirada entre mis dedos; sonrió usted cuando le quite dedo por dedo los guantes que llevaba y entonces su mano descalza tomo la mía vestida para encaminarla como aquella vez en esa playa, hacia la soledad gélida que nos gustaba tanto calentar.
Me sentí como un candelabro; usted me soplaba con los ojos porque podía ver como ardía. 
Se reía, !sí se reía! Y era tan barbara su risa que me complacía saber que dentro de poco podría hacérsela tragar toda, dos pisos más y la merced sería mía, dos pisos más.

Entró usted despacio, la llave en la cerradura, el momento le dio incluso tiempo para cambiar de mano el maletín lleno de haikus e idearios que cargaba siempre como un apéndice. Yo disimulaba la ansiedad y usted seguía sonriendo. Colgué mi bolso a rayas en su perchero y usted se limito a dejar caer el maletín de la mano como en un forzoso accidente. Y era todo eso la trama, una trama calculadora y lenta, una trama que estaba gozando de nosotros. Y usted se tapo la sonrisa con mis labios.

Era clandestino el encuentro, casi actuado, calculado y aprendido como una danza. La gente habría creído que eramos perfectos desconocidos, la gente, si nos hubiera visto. Pero usted era mi esposo, el mismo celebre que algún día se decidió por una con mi anatomía, el mismo amante de topografías extrañas.